Sentido y sensibilidad: el caso de Gamonal.

Pongamos que hablamos de Burgos. Una ciudad castellana de apenas 180.000 habitantes; sociológicamente conservadora, morfológicamente lineal, extendida sin apenas desniveles a lo a lo largo del valle trazado por los ríos Vena y Arlazón. Una urbe apacible, con un cierto sentimiento de atemporalidad, al que contribuye a partes iguales su contenido desarrollo económico y la deslumbrante monumentalidad de su casco antiguo. La falta de inmigración y el constante goteo de vecinos hacia Madrid, salida académica y laboral natural de los burgaleses, conforman una estampa demográfica estable y básicamente homogénea. Con estos mimbres, pocos hubieran apostado por esta ciudad como escenario de uno de los mayores conflictos vecinales de los últimos años. Una confrontación dura, con una historia subyacente que tiene nombre propio: Gamonal. 

¿Qué lleva a un barrio de 70.000 habitantes a lanzarse a la calle para paralizar la construcción de un nuevo boulevard y un parking subterráneo? ¿Cómo una teórica mejora urbanística provoca el frontal rechazo de una vecindad que nunca antes había manifestado signos de conflictividad a gran escala? 

La explicación pasa por entender cada urbe y sus barrios como lo que Walter Benjamin definió como un espacio simbólico compartido, en el que la acción de diferentes actores sociales crea una histórica común que, en definitiva, conforma el verdadero significado de la ciudad. Un rápido vistazo al desarrollo de Gamonal nos permite entender que su historia y su memoria colectiva son sensiblemente distintas a las del resto de Burgos. 

Gamonal de Río Pico pasó a formar parte de Burgos en 1955, lo que impulsó dos hechos que marcarían el devenir del barrio: el trasvase de población hacia barrios más céntricos (en una suerte de pequeño éxodo rural) y la ubicación por parte del gobierno franquista del polígono industrial más grande de la ciudad. Fue a partir de ese momento cuando Gamonal empezó a experimentar un rápido incremento de su población, convertido en un barrio obrero cuya expansión quedaba vinculada a la nueva actividad fabril de la zona. Fue así como los bloques de viviendas empezaron a sustituir la fisionomía del antiguo pueblo, a la par que la densidad demográfica comenzaba a superar con creces a la media del lugar. Estas circunstancias habían convertido al barrio más poblado de Burgos en la zona que más diferencias mostraba con el resto de la ciudad. De esta manera, al conservador inmovilismo del centro urbano, se contraponía el intenso ritmo de un área obrera en expansión, con una sensibilidad y una percepción de su entorno diferente a la de los barrios más cercanos a la zona noble de ciudad. 

El Gamonal actual es el reflejo de aquellas experiencias compartidas, pero vividas con una cierta desconexión respecto al resto de la trama urbana. Como la mayoría de los barrios obreros, Gamonal ha sido duramente castigado por la crisis económica, haciendo de la falta de empleo el común denominador entre la mayoría de las familias que lo habitan. La falta de inversión en mejoras básicas para la zona ha sido otra constante para la zona, que ha visto como el dinero público ha pasado de largo por sus calles pese a que albergan 70.000 de los 180.000 habitantes de Burgos. Ante este panorama, la realización de un boulevard con zona peatonal y la eliminación de plazas de aparcamiento gratuitas en detrimento de un parking de pago ha sido percibida como lo que efectivamente es: una operación urbanística impostada e insensible, al margen de cualquier necesidad real existente. 

El artificioso proyecto de Gamonal no solo ha pretendido modificar la ciudad sin tener en cuenta a quienes la habitan, sino que ha sido percibido como una auténtica imposición por quienes nunca se han mostrado interesados en integrar de forma real uno de sus barrios más populares. En un vecindario donde los propietarios auto gestionan el aparcamiento en doble fila y donde el poder adquisitivo se ha distanciado todavía más de los barrios céntricos, la creación de un boulevard donde prima la estética y el espacio peatonal no parece responder a una demanda real. Si a esto le añadimos sombras y sospechas de corrupción en torno a la concesión de la obra, el estallido vecinal empieza a tener sentido. Se ha pretendido hacer ciudad al margen de quienes han cargado con el peso de la misma en su expansión, priorizando el simple embellecimiento estético por encima de una realidad social que no se ha sabido (o no se ha querido) comprender. 

 Si las particularidades de un barrio son fruto de la interacción entre su trama urbana y el modo en que sus vecinos la habitan y usan, está claro que todos cuentan con una sociología propia que debe respetarse e integrarse con el resto de zonas y sensibilidades que conforman el tejido de una ciudad. Sólo desde el respeto a esta idiosincrasia es posible hablar de ciudades en el sentido más completo de de la palabra, entendiéndolas como espacios públicos y políticos, como continentes de una verdadera esfera pública. En definitiva, como polis. Desde el nacimiento de las grandes ciudades decimonónicas, el urbanismo nunca ha podido escapar a su marcado carácter socio – político, a su capacidad de imponer intereses de clase, de generar riqueza o de plasmar la actividad de las diferentes elites gobernantes. Por eso, cuando hablamos de Gamonal hablamos de algo que va más allá de urbanismo. Es una cuestión de sentido y sensibilidad.

David Sabater
Vicepresidente AVAPOL 
@sabater_david