Las secuelas de una revuelta histórica


El Viejo Continente asiste con expectación a las réplicas del terremoto que estremeció Oriente Medio hace dos años, consciente de que la evolución de sus vecinos sureños tiene una repercusión enorme sobre la marcha de Europa.

El primer brote de la Primavera Árabe se produjo un 4 de enero de 2011 en Túnez, cuando Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años, se inmoló a lo bonzo debido a sus problemas económicos. Este trágico incidente desató una ola de manifestaciones que se extendió como la pólvora por todos los extremos del país norteafricano.

Este hecho no solo sacudió la estabilidad del régimen de Ben Ali, sino que fue el desencadenante de una sucesión de algaradas populares en las principales naciones de la región. La población se desprendió de las ataduras que hasta entonces habían maniatado sus derechos y libertades y tomó las calles y plazas de las principales urbes para reflejar su hastío y desesperación.

Dos años después, el fruto de las semillas que germinaron al calor de las revueltas primaverales todavía es incierto. La Unión Europea reconoce que, a pesar de las reformas puestas en marcha, todavía persisten “obstáculos que deben ser superados” si estas naciones quieren deambular con “éxito” por la senda que lleva hacia la democracia.

Las sombras

Sobresale la frágil estabilidad que se ha instalado en muchos de estos países, en tanto que el derrocamiento de los antiguos regímenes no ha conseguido cicatrizar unas heridas que todavía rezuman odio y venganza entre importantes sectores de la población.

La guerra civil que está librándose en Siria, la acometida francesa en Malí, así como el posible efecto contagio que transforme a la región en un polvorín de consecuencias impredecibles, perturba sobremanera la estabilidad de los mandatarios europeos.

Además, tras la caída del general Muamar el Gadafi en Libia y las sucesivas asonadas que están salpicando la región del Magreb, las milicias favorables a Al Qaeda han encontrado en la región un escenario proclive para ejecutar sus acciones.

A ello se suma la debilidad institucional de gran parte de estos países, lo que favorece que los guerrilleros permuten con facilidad de guarida y encuentren en las poblaciones limítrofes un vivero de jóvenes dispuestos a enrolarse en la cruzada contra Occidente.

El avispero islamista, sobre todo en el caso de países como Argelia, Túnez, Marruecos y Libia, está a tiro de piedra del Viejo Continente, por lo que Pierre Vimont, secretario general ejecutivo del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE, por sus siglas en inglés) ha sentenciado que “no se puede perder más tiempo”.

Además, la renqueante introducción de los valores republicanos en estas sociedades tropieza una y otra vez con los sectores islamistas más radicales, enemigos del modelo de gobernanza occidental.

Las luces

Por suerte, no todo son malas noticias. El presidente de Túnez reclamó recientemente en Estrasburgo una “mayor comprensión” de cara a la importante mutación que están atravesando estas naciones. “Somos humanos, no nos exijan milagros”, suplicó Moncef Marzouki, incidiendo en la idea de que tras la tormenta revolucionaria la estabilidad se demora en llegar.

Muchos de estos países han celebrado elecciones democráticas por primera vez en su historia, lo que ha favorecido que la sociedad civil ejerza un papel más destacado. Europa ha colaborado en los comicios celebrados en Túnez, Libia, Egipto y Marruecos mediante el envío de Misiones de Observación Electoral.

En este sentido, la libertad de expresión y de asociación se ha fortalecido considerablemente, al tiempo que el control civil sobre las Fuerzas Armadas se ha incrementado. Todo ello está ayudando a instaurar un adolescente sistema de “pesos y contrapesos” entre los diferentes poderes, lo que permite quebrantar la omnipotente parcela de poder que hasta ahora habían atesorado determinadas familias políticas.

Catherine Ashton, Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, consciente de que la consecución de la democracia en estas regiones no siempre es lineal, señaló la semana pasada que estas recaídas “no deben utilizarse como excusa para la retirada”. A su parecer, la UE debe perseverar en la construcción de sistemas políticos democráticos, en tanto que contribuye a tejer un cinturón de seguridad y estabilidad en torno al Viejo Continente.

La Comisión Europa debe comprender que, a raíz del diferente ritmo de reformas implementadas, resulta imprescindible que la estrategia comunitaria en estas regiones atienda de manera diferenciada las necesidades y aspiraciones particulares de cada país.

Bernardino León, enviado especial de la UE para el sur del Mediterráneo, confía en que 2013 sea el año de la consolidación democrática. A su parecer, el proceso estará macerado de contratiempos y vicisitudes, como las hay en cualquier transición, si bien se muestra convencido de que se superarán con éxito y demostrarán que “el deseo de consolidar la democracia es más fuerte que cualquier crisis”.

A la luz de estos elementos, podemos señalar que el dilema al que se enfrenta la vieja Europa no es un asunto menor. En un momento en el que su ciudadanía muestra un creciente hastío hacia el funcionamiento de la democracia, ¿con qué semblante se pueden propagar las bondades de un sistema político que en su propia morada está en entredicho?

Emilio Sancho
Junta Directiva de AVAPOL
@SanchoEmi 

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