Uno de los libros más difundidos entre los estudiantes de ciencias políticas es, sin duda, El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, un tratado breve y, aparentemente, de sencilla lectura. Sin embargo, toda apariencia suele resultar engañosa y en esta obra, el secretario florentino vierte una parte de su pensamiento que, cinco siglos después, continúa suscitando controversias. Ocurre con los grandes pensadores, y así sucede con Maquiavelo, que siendo uno de los clásicos más populares, sus reflexiones no son siempre suficientemente conocidas, incluso son descontextualizadas. En los albores del siglo XXI, el influjo de sus ideas sigue siendo vigoroso y sus obras son objeto de un debate inacabado. Porque siendo tan conocida su obra El Príncipe, no podemos olvidarnos de Discursos sobre la primera década de Tito Livio, una magnífica obra que contiene su auténtico pensamiento político, junto a otras como El arte de la guerra, Historia de Florencia o La Mandrágora.
En el caso de Maquiavelo, no solo ha sido leído e interpretado como ocurre con otros teóricos, sino que sus lecturas y sus conclusiones han sido, incluso, opuestas. Admirado por unos, calificado como maestro del mal, por otros. De hecho, la política actual es fruto de ese apasionado antagonismo entre maquiavélicos y antimaquiavélicos.
La mención de su nombre, Maquiavelo, genera una fuerte carga de ambivalencia, que pocos pensadores despiertan entre los lectores. Pocock, Skinner y Viroli –sus estudiosos contemporáneos- nos recuerdan la existencia de un debate en torno a dos formas incompatibles de entender a Maquiavelo: como subversor o como restaurador de las ideas clásicas republicanas. De esta forma el pensamiento político maquiaveliano ha sido justificado tanto como un ejemplo de absolutismo como de republicanismo democrático.
Esta supuesta incompatibilidad ha sido ilustrada entre El Príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Sin embargo, como nos advierte el profesor Del Águila entre ambas obras existe complementariedad pues El Príncipe surge como consecuencia de reflexiones de carácter general sobre las repúblicas e íntimamente ligado a ellas.
Los filósofos y numerosos intelectuales se han ocupado de nuestro autor: Strauss, Marx, Croce, Althusser, Oakeshott, Merleau-Ponty, Hannah Arendt, Wolin, Gramsci, Toulmin, MacIntyre, Bobbio, Rafael Del Águila, entre tantos otros. Sus denominadores comunes han sido justificar o explicar el pensamiento político de Maquiavelo, quizás, porque nos legó demasiadas antinomias e incógnitas que aún perduran. En el fondo de su teoría política subyacen de forma encendida dicotomías políticas de gran calado sobre las que seguimos teorizando en la actualidad: razón de Estado o vivere político, gobierno de hombres o gobierno de leyes, Fortuna o virtú, el príncipe o el pueblo, amor o temor, realidad o apariencia, y la guerra o la paz. Esta dicotomización nos sumerge, si cabe, más en la complejidad a la hora de encuadrar a nuestro pensador. Como dice Norberto Bobbio Maquiavelo es un clásico; y lo es porque un clásico es aquel escritor que es siempre actual y cada generación siente la necesidad de releerlo, de reinterpretarlo (2003: 24-26) Las contribuciones de nuestro autor son numerosas y merece la pena destacar algunas porque Maquiavelo constituye un punto de inflexión en el panorama de la teoría política. Althusser (2008:335, 341) describe que la soledad de Maquiavelo nos remite al carácter insólito de su pensamiento porque está aislado. Este aislamiento se produce porque Maquiavelo ocupa un lugar único y precario en la historia del pensamiento político: por un lado se despliega una larga tradición de moral religiosa e idealista y por otro emerge una nueva tradición de la filosofía política del derecho natural. La soledad de Maquiavelo, en la perspectiva de Althusser, es la de haberse liberado de la primera tradición antes de que la segunda lo inundase todo.
Una de las ideas de Maquiavelo que más controversias y ríos de tinta ha provocado ha sido aquella que considera la autonomía de la política respecto de la ética. Las leyes de la política son independientes de las normas morales, es decir, separa lo que debe ser de lo que es: así surge el nacimiento de la Ciencia política. Desde esta posición neutral y aséptica intentaría analizar y objetivar los acontecimientos políticos al margen de consideraciones éticas. Como sugiere el profesor Del Águila, su enseñanza y su saber político se convertirían en reversibles: servirían tanto a los tiranos como a los gobernantes justos.
Por otro lado, la herida de Maquiavelo, acuñada así en la historia del pensamiento político, y sin la que no puede entenderse la historia política occidental, consiste en su afirmación de que el bien puede provenir del mal y viceversa. Cualquier medio nos advertirá Maquiavelo, por inmoral o cruel que pueda parecer, es legítimo si con él se consigue el fin político supremo que es la seguridad, la paz y la autonomía.
Pero además, la virtú y la Fortuna juegan un papel fundamental en su teoría política porque la experiencia humana está regida por ambas. La virtú es considerada como una energía excepcional y una habilidad estratégica para dominar la Fortuna, diosa romana que derivó en un símbolo de inconstancia, de designios caprichosos. La Fortuna deviene en indeterminación, en contingencia: lo que hoy conocemos como amenazas del entorno.
En este sentido, lo inesperado es un aspecto fundamental de la vida política. De aquí surge la visión dialéctica de la acción política entre la virtú y la Fortuna. Como señalaría Maquiavelo “nunca hay opciones seguras porque el orden de las cosas trae consigo que apenas se trata de evitar un inconveniente cuando ya se ha presentado otro (El Príncipe , XXI).
Empero, existen más perspectivas sobre las que focalizar el pensamiento de Maquiavelo. Su teoría política nos transmite un republicanismo vivo, centrado en el pueblo y de la libertad. Como defensor de la comunidad política reivindica el bien común y un modelo de ciudadano republicano virtuoso y comprometido con su patria. Maquiavelo fue un firme defensor de valores y prácticas sobre las que teorizamos en la actualidad: el anhelado bien común, los deberes cívicos, la libertad, el amor a la patria, la participación en la vida pública y la grandeza cívica. Estos valores configuran el vivere civile porque las buenas instituciones transforman a los hombres en ciudadanos virtuosos (D. I,3). Maquiavelo menciona las principales amenazas a la vida pública: las oligarquías, las ambiciones de los poderosos, no contemporizar los problemas, las divisiones y fracasos que arruinan la república, ganarse el odio del pueblo y, sobre todo, la corrupción porque disuelve la posibilidad de la vida civil, es la enemiga de la libertad y el orden, de las buenas costumbres y de las leyes.
La presencia de Maquiavelo en nuestro siglo continuará vigorosa porque nos recuerda que nunca hay conquistas definitivas y que la vida pública ha de asumir dos elementos clave como son el conflicto y la incertidumbre, que rigen la realidad política.
La actualidad de Maquiavelo nos recuerda la necesidad de revitalizar nuestra praxis democrática, la afirmación de lo cívico como un a priori de nuestra vida en común, la conveniencia de mantener y respetar instituciones que vivifiquen la vida ciudadana, al tiempo que nos alerta de forma insistente sobre los peligros de la corrupción porque arrasan la vita activa y abisman la posibilidad de construir una ciudadanía examinada que tanto necesitan las sociedades contemporáneas.
La mención de su nombre, Maquiavelo, genera una fuerte carga de ambivalencia, que pocos pensadores despiertan entre los lectores. Pocock, Skinner y Viroli –sus estudiosos contemporáneos- nos recuerdan la existencia de un debate en torno a dos formas incompatibles de entender a Maquiavelo: como subversor o como restaurador de las ideas clásicas republicanas. De esta forma el pensamiento político maquiaveliano ha sido justificado tanto como un ejemplo de absolutismo como de republicanismo democrático.
Esta supuesta incompatibilidad ha sido ilustrada entre El Príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Sin embargo, como nos advierte el profesor Del Águila entre ambas obras existe complementariedad pues El Príncipe surge como consecuencia de reflexiones de carácter general sobre las repúblicas e íntimamente ligado a ellas.
Los filósofos y numerosos intelectuales se han ocupado de nuestro autor: Strauss, Marx, Croce, Althusser, Oakeshott, Merleau-Ponty, Hannah Arendt, Wolin, Gramsci, Toulmin, MacIntyre, Bobbio, Rafael Del Águila, entre tantos otros. Sus denominadores comunes han sido justificar o explicar el pensamiento político de Maquiavelo, quizás, porque nos legó demasiadas antinomias e incógnitas que aún perduran. En el fondo de su teoría política subyacen de forma encendida dicotomías políticas de gran calado sobre las que seguimos teorizando en la actualidad: razón de Estado o vivere político, gobierno de hombres o gobierno de leyes, Fortuna o virtú, el príncipe o el pueblo, amor o temor, realidad o apariencia, y la guerra o la paz. Esta dicotomización nos sumerge, si cabe, más en la complejidad a la hora de encuadrar a nuestro pensador. Como dice Norberto Bobbio Maquiavelo es un clásico; y lo es porque un clásico es aquel escritor que es siempre actual y cada generación siente la necesidad de releerlo, de reinterpretarlo (2003: 24-26) Las contribuciones de nuestro autor son numerosas y merece la pena destacar algunas porque Maquiavelo constituye un punto de inflexión en el panorama de la teoría política. Althusser (2008:335, 341) describe que la soledad de Maquiavelo nos remite al carácter insólito de su pensamiento porque está aislado. Este aislamiento se produce porque Maquiavelo ocupa un lugar único y precario en la historia del pensamiento político: por un lado se despliega una larga tradición de moral religiosa e idealista y por otro emerge una nueva tradición de la filosofía política del derecho natural. La soledad de Maquiavelo, en la perspectiva de Althusser, es la de haberse liberado de la primera tradición antes de que la segunda lo inundase todo.
Una de las ideas de Maquiavelo que más controversias y ríos de tinta ha provocado ha sido aquella que considera la autonomía de la política respecto de la ética. Las leyes de la política son independientes de las normas morales, es decir, separa lo que debe ser de lo que es: así surge el nacimiento de la Ciencia política. Desde esta posición neutral y aséptica intentaría analizar y objetivar los acontecimientos políticos al margen de consideraciones éticas. Como sugiere el profesor Del Águila, su enseñanza y su saber político se convertirían en reversibles: servirían tanto a los tiranos como a los gobernantes justos.
Por otro lado, la herida de Maquiavelo, acuñada así en la historia del pensamiento político, y sin la que no puede entenderse la historia política occidental, consiste en su afirmación de que el bien puede provenir del mal y viceversa. Cualquier medio nos advertirá Maquiavelo, por inmoral o cruel que pueda parecer, es legítimo si con él se consigue el fin político supremo que es la seguridad, la paz y la autonomía.
Pero además, la virtú y la Fortuna juegan un papel fundamental en su teoría política porque la experiencia humana está regida por ambas. La virtú es considerada como una energía excepcional y una habilidad estratégica para dominar la Fortuna, diosa romana que derivó en un símbolo de inconstancia, de designios caprichosos. La Fortuna deviene en indeterminación, en contingencia: lo que hoy conocemos como amenazas del entorno.
En este sentido, lo inesperado es un aspecto fundamental de la vida política. De aquí surge la visión dialéctica de la acción política entre la virtú y la Fortuna. Como señalaría Maquiavelo “nunca hay opciones seguras porque el orden de las cosas trae consigo que apenas se trata de evitar un inconveniente cuando ya se ha presentado otro (El Príncipe , XXI).
Empero, existen más perspectivas sobre las que focalizar el pensamiento de Maquiavelo. Su teoría política nos transmite un republicanismo vivo, centrado en el pueblo y de la libertad. Como defensor de la comunidad política reivindica el bien común y un modelo de ciudadano republicano virtuoso y comprometido con su patria. Maquiavelo fue un firme defensor de valores y prácticas sobre las que teorizamos en la actualidad: el anhelado bien común, los deberes cívicos, la libertad, el amor a la patria, la participación en la vida pública y la grandeza cívica. Estos valores configuran el vivere civile porque las buenas instituciones transforman a los hombres en ciudadanos virtuosos (D. I,3). Maquiavelo menciona las principales amenazas a la vida pública: las oligarquías, las ambiciones de los poderosos, no contemporizar los problemas, las divisiones y fracasos que arruinan la república, ganarse el odio del pueblo y, sobre todo, la corrupción porque disuelve la posibilidad de la vida civil, es la enemiga de la libertad y el orden, de las buenas costumbres y de las leyes.
La presencia de Maquiavelo en nuestro siglo continuará vigorosa porque nos recuerda que nunca hay conquistas definitivas y que la vida pública ha de asumir dos elementos clave como son el conflicto y la incertidumbre, que rigen la realidad política.
La actualidad de Maquiavelo nos recuerda la necesidad de revitalizar nuestra praxis democrática, la afirmación de lo cívico como un a priori de nuestra vida en común, la conveniencia de mantener y respetar instituciones que vivifiquen la vida ciudadana, al tiempo que nos alerta de forma insistente sobre los peligros de la corrupción porque arrasan la vita activa y abisman la posibilidad de construir una ciudadanía examinada que tanto necesitan las sociedades contemporáneas.
Maria Ángeles Abellán
Coordinadora AVAPOL en Alicante
BIBLIOGRAFÍA
AGUILA DEL R. (2000): La senda del mal. Política y razón de Estado. Madrid, Taurus
AGUILA DEL R. y CHAPARRO S. (2006): La república de Maquiavelo. Madrid, Tecnos
ALTHUSSER L. (2004): Maquiavelo y nosotros. Cuestiones de antagonismo. Madrid, Akal
ALTHUSSER L. (2008): La soledad de Maquiavelo. Madrid, Akal
BERMUDO J.M. (1994): Maquiavelo, consejero de príncipes. UB
BOBBIO N. (2009): Teoría general de la política. Madrid, Trotta
FEDERICO II DE PRUSIA (1995): Antimaquiavelo. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales.
MAQUIAVELO Nicolás. (2000): Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Madrid, Alianza. Traducción de Ana Martínez Arancón
MAQUIAVELO Nicolás (2010): El Príncipe. Madrid, Alianza, traducc. Miguel Ángel Granada POCOCK J.G.A. (2002): El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica. Madrid, Tecnos
SKINNER Q. (1998): Maquiavelo, Madrid, Alianza
STRAUSS L. y CROPSEY J. (1996): Historia de la filosofía política. México.
FCE VALLESPÍN F. (ed.) (1995): Historia de la teoría política 2. Madrid, Alianza
VIROLI M. (2004): La sonrisa de Maquiavelo. Barcelona. Tusquets edit
VIROLI M. (2009): De la política a la razón de Estado. La adquisición y transformación del lenguaje político (1250-1600). Madrid, Akal
WOLIN S. (2001): Política y perspectiva. Continuid
FEDERICO II DE PRUSIA (1995): Antimaquiavelo. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales.
MAQUIAVELO Nicolás. (2000): Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Madrid, Alianza. Traducción de Ana Martínez Arancón
MAQUIAVELO Nicolás (2010): El Príncipe. Madrid, Alianza, traducc. Miguel Ángel Granada POCOCK J.G.A. (2002): El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica. Madrid, Tecnos
SKINNER Q. (1998): Maquiavelo, Madrid, Alianza
STRAUSS L. y CROPSEY J. (1996): Historia de la filosofía política. México.
FCE VALLESPÍN F. (ed.) (1995): Historia de la teoría política 2. Madrid, Alianza
VIROLI M. (2004): La sonrisa de Maquiavelo. Barcelona. Tusquets edit
VIROLI M. (2009): De la política a la razón de Estado. La adquisición y transformación del lenguaje político (1250-1600). Madrid, Akal
WOLIN S. (2001): Política y perspectiva. Continuid
No hay comentarios:
Publicar un comentario